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Muchas veces escuché este "dicho" en boca de otroras amistades, y lo entendía como algo que se dice dirigido a aquellas personas que se han interpuesto en un sueño por el que se ha dado todo y al final el resultado no es el esperado; sí, una expresión usada en el momento en que la vida misma nos vale nada.
Años después, por curiosidad y también porque era impensable que una mujer en formación de izquierda no supiera realmente de dónde venía la frase, decidí buscar y por supuesto verme la película de dónde esta frase salía: "La Estrategia del Caracol", de Sergio Cabrera. Debo decir que a la fecha, no por cliché sino por el significado que luego tuvo para mi vida, es de mis película favoritas.
En pandemia, por lo existencialista que se volvió mi ser y por todo lo ocurrido en materia de seguridad en mi día a día, la trama y el mensaje de La Estrategia del Caracol, el tan conocido "ahí les dejo su hijueputa casa pintada" se convirtió en el lema mío y en el de uno de mis mejores amigos, usándolo precisamente cada vez que hablábamos de como les dejaríamos la "casa" a los vergajos que ya nos habían declarado enemigos y objetivos, solo por pensar y atrevernos a decir los pensamientos en voz alta.
En todo ese remolino y en el tiempo posterior a dejar la casa pintada, me refugié en el arte y en mi cultura caribe, buscando inicialmente un mecanismo para sobrevivir, para soportar la ausencia, el dolor, el desarraigo, la distancia de lo amado. Pinté con muchos colores, evocando el carnaval con sus danzas, sobretodo la del garabato, a mi papá; macondo con sus flores y mariposas amarillas, a mi mamá; los mil colores de Conejo y mis hermanos; escribí cartas soñando con la alegría y sonrisa de mis hijos; me sumergí en las películas, en las series, en la música (hoy en día algunas canciones no puedo aún escucharlas), la danza y finalmente, me metí en la lectura, redescubriendo a Colombia, sus guerras y su conflicto. Y así, fui sobreviviendo.
En esa época, el primer libro que me leí, se llamaba Volver la vista atrás, de Juan Gabriel Vázquez. A primera vista un libro más que no llamaba mi atención, hasta cuando leí la contraportada y vi que era una obra basada en la vida de Sergio Cabrera; sí, el mismo Sergio de la casa pintada, aquel director que tanto me gustó pero, del que debo admitirlo, no sabía absolutamente nada de su vida, más allá de lo que sus películas me mostraban.
El libro no era mío, era de un amigo entrañable, cuya ausencia hoy me duele y me llena de nostalgia (pero esa es otra historia), al cual con pena ( de la que ya poco sufro) le dije que me lo prestara, me preguntó que porque me quería leer el libro, a lo que le respondí contándole sobre Sergio Cabrera. Él, amplio siempre, me lo regaló, con el único compromiso que luego le contara de que se trataba. El libro fue otro salvavidas, me lo devoré. Entre mis ocupaciones, ese libro me lo leí como con prisa, como si me estuvieran persiguiendo, como si me quedara poco tiempo, como si estuviera dentro del libro y fuera Sergio o su hermana. Me impactó, debo confesarlo. Y fue tan impresionante, porque al leerlo sentí hasta cierto punto leer mi historia, me ví reflejada en muchas vivencias. "Volver la vista atrás" fue soporte cuando más lo necesite, cuando tantos amigos amados me los arrebató la guerra, esa de la que habla el libro, no como algo distante, sino como viviencoa diaria. Juan Gabriel y Sergio, sin saberlo, me ayudaron a través del arte a sobrevivír, a encontrar respuestas, a resistir, a aliviar el dolor y soñar con que un mundo diferente para mí era posible.
Duré muchos años trabajando en el ámbito del arte y la cultura para la solución política al conflicto y la paz; sin embargo, creo que realmente nunca dimensioné como esto contribuye a la construcción real de un nuevo país, hasta que viví el conflicto en carne propia, con la persecución, el exilio y la perdida de seres amados. Fue a través del arte y la cultura, esa que parecía estar redescubriendo, que logré entender mejor el conflicto político, social y armado del país; que logré llevar mis días, con sus alegrías y penas; que he logrado estar conectada con mis ancestros y descendientes a pesar de la distancia física; han sido estos los mecanismos para resistir, vivir, llorar, expresar el amor y el dolor producto de la guerra, aunque los destinatarios no vieran los resultados.
Hoy, ya en otros escenarios, el arte es una de las formas que tengo para respirar, con música que evoca personas y recuerdos, con baile que me pone feliz y me lleva a lugares, con pintura para expresar amor, con lecturas que me permiten viajar a otros mundos posibles; arte y cultura que me reafirman en mi condición humana, en mi identidad caribe, colombiana, latinoamericana, que me ratifican en la necesidad de avanzar (no solo en Colombia si no en el mundo) en el camino de la paz para el pueblo, con justicia social, con dignidad, con identidad y en medio de la diversidad.
Hace unos días ví el nombramiento de Sergio como embajador de Colombia en China, embajador del gobierno entrante del Pacto histórico. Sí, el mismo Sergio de la película y del libro, él mismo que ha sido protragonista de mis noches en vela en el exilio. Sergio, el hoy embajador, sin saberlo contribuyó a salvarme la vida dos veces y su nombramiento removió tanto, que me ví en la necesidad de escribir estas líneas, con la única intención de expresarme y de sacar los remolinos internos, aquellos que si no se dicen nos pueden ahogar. Después de tanto, lo único que no me arrebataron fue mi pensamiento y mi voz, es esa la que de ahora en adelante usaré para hablar por tantos que ya no pueden, pero sobretodo la que alzaré para insistir en la solución política al conflicto y en qué caminemos como hermanos y hermanas aportando desde el arte y la cultura a ese nuevo país, que aún no nace, pero al que tantos se han ofrendado y el cual es hora que vea la luz.
Por: Cristina Bustillo
Exiliada
Tomada de la película "La estrategia del Caracol"
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